EL SEGUNDO SEXO – SIMONE DE BEAUVIOR
¿Qué es la mujer para Simone de Beauvoir?
Ya no se sabe bien si aún existen mujeres, si existirán siempre, si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en este mundo y que lugar deberían ocupar. Pero ¿Qué es una mujer? Es una matriz, dicen algunos. Sin embargo al hablar de ciertas mujeres los conocedores decretan “no son mujeres”.
Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras, sin embargo nos dicen que la “femineidad está en peligro”, y nos exhortan “sed mujeres, seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres”. Todo ser humano hembra, por lo tanto no es necesariamente una mujer; necesita participar de esta realidad misteriosa y amenazada que es la femineidad.
Basta transitar con los ojos abiertos para comprobar que la humanidad se divide en 2 categorías de individuos, cuyas ropas, rostros, cuerpos, intereses y ocupaciones son distintas. Lo cierto es que, por ahora, existen con categórica evidencia.
Si la función de hembra no basta para definir a la mujer, si nos negamos también a explicarla por el eterno femenino, y si admitimos, sin embargo, aunque sea a título provisorio, que hay mujeres sobre la tierra,
¿Qué es una mujer para Simone de Beauvoir?
El hombre representa lo positivo y lo neutro (porque se dice los hombres para designar a todos los humanos) y la mujer representa lo negativo. El hecho de ser hombre no constituye una singularidad, al ser hombre, un hombre esta en su derecho, quien está equivocada es la mujer. La mujer tiene ovarios y un útero, y estas condiciones singulares la encierran en su subjetividad.
La hembra es hembra en virtud de cierta falta de calidades, dice Aristóteles, el carácter de las mujeres padece de un defecto natural, la mujer es un “hombre frustrado”. La humanidad es macho, y el hombre defina a la mujer no en sí, sino respecto a él, no la considera como un ser autónomo, la mujer es el ser relativo.
¿Qué es la alteridad según Simone de Beauvoir?
El hombre se piensa sin la mujer, pero ésta no se piensa sin el hombre. El es el sujeto, lo absoluto: ella es el otro. La alteridad es una categoría fundamental del pensamiento humano, ninguna colectividad se define como Una si no coloca inmediatamente a lo Otro en frente de si, para el aldeano, toda la gente que no pertenece a su aldea es otra; los judíos son otros para el antisemita.
Levi Strauss ha dicho “el pasaje del estado de naturaleza al estado de cultura se define por la aptitud por parte del hombre para pensar en las relaciones biológicas bajo forma de sistemas de oposiciones: dualidad, alternancia, oposición, simetría”. El sujeto no se plantea si no es bajo la forma de oposición, pues pretende afirmarse como lo esencial y constituir a lo otro in-esencial, en objeto.
Lo otro, al definirse como otro, no define lo uno, sino que es planteado como otro por lo uno cuando se plantea como uno. Pero para que no se produzca una media vuelta de lo otro a uno es necesario que se someta a ese punto de vista extraño
¿De dónde proviene esa sumisión de la mujer?
Hay casos en los cuales durante un tiempo más o menos prolongado, una categoría ha logrado dominar absolutamente a otra. La desigualdad numérica confiere a menudo ese privilegio, pero las mujeres no son una minoría como en el caso de los negros o judíos, en el mundo hay tantas mujeres como hombres. También sucede a menudo que los 2 grupos que se enfrentan han sido independientes en un comienzo, en otros tiempos se ignoraban o cada uno admitía autonomía del otro, pero un acontecimiento histórico ha subordinado el más débil al más fuerte.
Desde siempre ha habido mujeres, por lejano que sea el tiempo histórico al cual nos remontemos, han estado siempre subordinadas al hombre: su dependencia no es consecuencia de un acontecimiento o de un devenir. La alteridad aparece aquí como un absoluto, porque escapa en parte al carácter accidental el hecho histórico. Si la mujer se descubre como lo in-esencial que nunca vuelve a lo esencial, es porque ella misma no opera esa vuelta. Los proletarios dicen “nosotros”, los negros también, al plantearse como sujetos, transforman en “otros” a los burgueses y a los blancos. Las mujeres no dicen “nosotras”, los hombres dicen “las mujeres” y ellas retoman estas palabras para designarse a sí mismas, pero no se plantean como sujeto.
Viven dispersas entre los hombres, sujetas a ciertos hombres –padre o marido- más estrechamente que a las otras mujeres. El proletariado podría proponerse realizar una matanza de la clase dirigente, un judío o un negro podría soñar con acaparar la humanidad totalmente, pero ni siquiera en sueños la mujer puede exterminar a los machos. El vínculo que la une a sus opresores no se puede comparar con ninguno.
La división de sexos es un hecho biológico, no un momento de la historia. La pareja es una unidad fundamental, cuyas 2 mitades han sido remachadas una con otra: no es posible ninguna resquebrajadura en la sociedad por sexos. Eso es lo que caracteriza fundamentalmente a la mujer: ella es el otro en el corazón de una totalidad
cuyos 2 términos son necesarios el uno al otro.
La necesidad biológica –deseo sexual y deseo de una posteridad- que pone al macho bajo la dependencia de la hembra, tampoco ha librado a la mujer socialmente, pero aunque la urgencia de la necesidad fuese igual en los dos, juega siempre a favor del opresor contra el oprimido.
Los 2 sexos nunca han compartido el mundo por partes iguales, y todavía hoy la mujer padece de muchas desventajas. En casi ningún país su estatuto legal es idéntico al del hombre, y a menudo la deja en situación desfavorable. Económicamente, ante los mismos hechos, los hombres tienen situaciones más ventajosas, salarios más altos y más probabilidades de éxito; los hombres ocupan un número mayor en lugares importantes. Además están revestidos de un prestigio cuya tradición se mantiene a lo largo de toda la educación del niño.
En el momento en que las mujeres empiezan a tomar parte de la elaboración del mundo, ese mundo es todavía un mundo que pertenece a los hombres. Negarse a ser el otro seria, para ellas, renunciar a todas las ventajas que les puede conferir la alianza con la casta superior.
¿Cómo ha empezado toda esta historia?
Se comprende que la dualidad de sexos, como toda dualidad, se haya
traducido en un conflicto. Se comprende que si uno de los dos lograse imponer su superioridad, ésta debería establecerse como absoluta. Falta explicar que sea el hombre quien haya ganado con la separación. Parece que las mujeres hubieran podido triunfar, o que la lucha hubiese podido no resolverse jamás.
¿Quién ha decidido que el mundo haya pertenecido a los hombres y que solo en la actualidad las cosas empiecen a cambiar?
Todo cuanto ha sido escrito por los hombres acerca de las mujeres debe considerarse sospechoso, pues ellos son juez y parte a la vez. En todas partes y en todas las épocas los machos han ostentado las satisfacciones que experimentan al sentirse reyes de la creación. Quienes han hecho y compilado las leyes eran hombres, y han favorecido su sexo. Las religiones forjadas por los hombres reflejan esa voluntad de dominación: sus armas han abrevado en las leyendas de Eva y de pandora. Han puesto la filosofía y la teología a su servicio. Solo en el siglo 18 aparecen hombres democráticos que encaran el problema con objetividad, uno de ellos se afana en demostrar que la mujer es un ser humano como el hombre.
Un poco más tarde Stuart Mill la defiende con ardor. En el siglo 19 la polémica del feminismo vuelve a convertirse en una polémica de partidos; una de las consecuencias de la revolución industrial es la participación de la mujer en el trabajo productor, en ese momento las reivindicaciones femeninas salen del dominio teórico y encuentran bases económicas; sus adversarios se vuelven más agresivos y aunque la propiedad raíz haya sido en parte destronada, la burguesía adhiere a la vieja moral que ven en la solidez de la familia la garantía de la propiedad privada, reclama a la mujer en el hogar con tanta mayor aspereza cuanto que su emancipación se vuelve una verdadera amenaza, los hombres han intentado frenar esa liberación, porque veían peligrosas competidoras en las mujeres, ya que estaba acostumbradas a trabajar por bajos salarios. Para probar la inferioridad de la mujer, los antifeministas han apelado no solo a la religión, filosofía y teología, sino también a la ciencia: biología, psicología experimental, etc. Hay analogías profundas entre la situación de las mujeres y la de los negros; unos y otros se emancipan hoy en día de un mismo paternalismo, y la casta que ha sido dueña quiere mantenerlos en su lugar, es decir, en el lugar que ha elegido para ellos, en los dos casos se explaya en elogios más o menos sinceros acerca de las virtudes del “buen negro”, del alma inconsciente, infantil y riente del negro resignado, y de la mujer “verdaderamente mujer”, es decir, frívola, pueril, irresponsable, la mujer sometida al hombre.
Hegel y Beauvoir
Cuando se mantiene a un individuo o grupo en situación de inferioridad, es un hecho que es inferior, pero habría que ponerse de acuerdo acerca del alcance de la palabra ser, la mala fe consiste en darle un valor substancial cuando tiene el sentido dinámico hegeliano: ser es haber devenido, es haber sido hecho tal cual se manifiesta; si, las mujeres en conjunto son hoy en día inferiores a los hombrees, es decir que su situación le abre menos posibilidades: el problema consiste en saber si ese estado de cosas debe perpetuarse.
Muchos hombres lo desean, no todos se han despojado aun de su actitud. La burguesía conservadora sigue viendo en la emancipación de la mujer un peligro que amenaza su moral y sus intereses. Ciertos machos temen a la competencia femenina.
La gran mayoría de los hombres no asume explícitamente esa pretensión. No plantean a la mujer como inferior, hoy se hallan demasiado penetrados del ideal democrático para no reconocer como iguales a los seres humanos.
En el seno de la familia, el niño ve a la mujer revestida de la misma dignidad social que los machos. El hombre puede persuadirse de que ya no hay una jerarquía social entre los sexos, y que en conjunto, a través de las diferencias, la mujer es una igual. Sin embargo, como comprueba ciertas inferioridades, la más importante de las cuales es la incapacidad profesional, las atribuye la naturaleza. Es así que los hombres afirman que las mujeres son iguales y no tienen nada que reivindicar, y al mismo tiempo dicen que las mujeres no podrán ser jamás iguales al hombres, y que sus reivindicaciones son vanas.
El hombre que sienta la mayor simpatía por la mujer, no conoce nunca del todo su situación concreta. Así, no hay motivo para creer a los machos cuando se esfuerzan en defender ciertos privilegios cuyo alcance no han medido del todo. Si se quiere ver en este asunto con claridad, hay que salir de esos caminos trillados, hay que rechazar las vagas nociones de inferioridad e igualdad que han pervertido todas las discusiones, y empezar de nuevo.
Pero entonces ¿Cómo plantearíamos la cuestión? Y en 1° lugar ¿Quiénes somos nosotros para plantearla? Los hombres son juez y parte, las mujeres también. Para elucidar la situación de la mujer hay ciertas mujeres que son quienes están aun mejor situadas, muchas mujeres que han tenido la suerte de ver como se les restituían todos los privilegios del ser humano, puede ofrecerse el lujo de la imparcialidad.
Conocemos el mundo femenino mas íntimamente que los hombres, porque en él se encuentran nuestras raíces, captamos mucho más pronto lo que significa para un ser el hecho de ser femenino y, además, nos preocupamos por saberlo.
Sin duda no es posible tratar ningún problema humano sin tomar una actitud, la misma manera de plantear problemas y las perspectivas adoptadas, suponen una jerarquía de intereses.
Lo que define de una manera singular la situación de la mujer es que, siendo una libertad autónoma, como todo ser humano, se descubre y se elige en un mundo donde los hombres le imponen que se asuma como el otro, pretenden fijarla como objeto y consagrarla a la inmanencia.
Consideraciones y comentarios sobre EL SEGUNDO SEXO – SIMONE DE BEAUVIOR.
La alianza con la casta superior" (creo que dice así Beauvoir) en el hecho de que la mujer, al enfrentarse con los varones, está poniendo en riesgo sus privilegios de clase, raza, etc., Ahí tenemos un "gancho" que une a la mujer a su opresor, Ahí tenemos un "gancho" que une a la mujer a su opresor Con respecto a lo sentimental, me refería a que el opresor, para una mujer, es también su padre, su esposo, su hermano, su hijo. Es difícil odiar a un padre, a un hijo, etc.
Son as oposiciones tradicionales de la cultura patriarcal: sujeto/objeto; absoluto/relativo, positivo/negativo; varón/mujer, etc.
Bueno, esa ambivalencia también se ve en la deseo pero al mismo tiempo es "inesencial “Yo agregaría, en general, la cuestión de la demanda de reconocimiento interesante de la que hablamos recién. No es esencial a esta consigna, pero amplia en un sentido
Si el reconocimiento no es verdadero en la dialéctica del amo y esclavo, ¿por qué habla Hegel de reconocimiento justo ahí?, Si el amo es el único mutuo, del amo es hay autoconciencia reconocido o no?, ambos necesitan ser reconocidos, porque sin reconocimiento no reconocido, y si el reconocimiento auténtico es siempre y autoconciencia ya hay, por eso Hegel titula así ese capítulo, Hay un reconocimiento no verdadero, unilateral, asimétrico
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